Para nacer al complejo mundo
sólo es necesario haber buscado
la careta en lo profundo.
Para el primer entendimiento,
la primera caricia, la primera
succión,
solo hace falta descubrir la
careta
y así, dar inicio a la misión.
Transcurren los días, los meses, los
años y,
la careta se va impregnando
con nuestros momentos de
infancia;
y sin darnos cuenta,
la careta del arlequín va
funcionando.
¿Quién no ha sentido que su etapa
de transición,
fue guiada por su vestimenta de
payaso de función?
¿O será mentira pensar que tiene
marcada a la juventud
la rúbrica de la máscara que trae
el éxtasis y la plenitud?
Florece así la madurez del ser humanado
cómo se sienten las luces en la
gran retreta;
todo nos cobija, todo nos
agudiza,
todo… en profundidad se analiza.
¡Para entender la soledad,
aparece la careta!
¡Para visitar la alegría, empacamos la careta!
¡Para recibir la tristeza,
preparamos la careta!
¡Para respaldar nuestro llanto,
revestimos la careta!
¡Para albergar la pasión,
desnudamos la careta!
¡Para bañarnos de tranquilidad,
olvidamos la careta!
¡Para comprender la humanidad, el
payaso y su careta
recorren al mundo sin parar!
Y ¿Qué decir de la vejez?
La careta y su payaso aparecen de
vez en vez.
Se acaba la vida, se mengua la
fuerza;
toca a nuestra puerta la parca
muerte y,
en el profundo silencio, ruge en
el parnaso,
¡La estúpida y cruel, careta del payaso!
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