Frank y Roberto se encontraron en aquella tarde en la zona de estacionamiento de los coches del edificio “Horizonte”, ubicado al costado occidental de la ciudad. Tenían programado un viaje a la provincia de siloe para pasar allí otro fin de semana alocado como lo solían hacer desde hace cinco años. Motores, música, chicas y sexo era su lema para librarse del estrés que les producía el trabajo en la fábrica de ensamble donde laboraban para sostenerse la carrera de Arquitectura que juntos habían iniciado aquel 3 de febrero, cuatro años atrás.
Frank era un tipo delgado, caucásico y metódico. Su cabellera ondulada de color negro encajaba
a la perfección con su barbilla estilo borinqueña. Sus ojos negros y sus labios rojos eran
cautivantes. Roberto era su opuesto. De
estatura mediana, nariz aguileña y un bigote diseñado sobre el labio superior
no le permitían conquistar fácilmente a las jóvenes que se cruzaban en su
camino. Sin embargo, su fuerte era la
palabra; conversador de tiempo completo, entretenía a quien se le uniera con
sus historietas hasta hacerlo rendir a sus peticiones. Además, a Frank le encantaba la música a
Roberto le fascinaban los autos y las motocicletas.
Aquella tarde, el auto color gris plata comenzó a rugir por la avenida
y se fue alejando para tomar la serpenteante carretera que los iba a conducir a
la provincia de siloe. La tarde en la
gran ciudad estaba soleada pero a medida que se iban alejando el cielo se fue
tornando oscuro por la cantidad de nubes que se apostaban encima del auto
amenazando con un torrencial aguacero.
Sin embargo, la temperatura era distinta porque calentaba al punto de
sentirse un gran sofoco. En el auto iban
aquellos dos jóvenes sin camisa, con las ventanillas del costado abiertas y
entonando las letras de las canciones.
Mientras Frank conducía, Roberto fumaba y bebía pequeños tragos de
licor.
Pasada media hora de viaje, como un rayo, pasó por el costado del auto
una camioneta azul con vidrios oscuros que fue a parar, de repente quince metros delante de ellos. Frank le propuso a Roberto, seguir a la
camioneta para retarle a una carrera.
Roberto, sin decir palabra, aprobó moviendo la cabeza y absorbiendo con
deleite el cigarrillo que llevaba en su mano derecha. La apuesta no se hizo esperar. Quinientos dólares fue lo pactado. Los carros empezaron a acelerar y las agujas
de los tacómetros brincaban entre cien y ciento veinte kilómetros. En medio de aquellas montañas era un acto
suicida que desafiaba la zigzagueante carretera.
Siete kilómetros antes de llegar a su destino, de manera sorpresiva,
empezaron a aparecer gran cantidad de animales apostados a lado y lado de la
carretera poniendo en constante peligro a los pasajeros de estos dos
automóviles. El humo del cigarrillo, la
cantidad de licor ingerido y el sofoco de la tarde hicieron que el aire dentro
del auto de Frank se tornara bastante enrarecido. En una de las curvas que se divisaba adelante
paro, sorpresivamente, la camioneta azul de vidrios oscuros, haciendo que los
neumáticos del auto gris plata frenaran con tal fuerza que se escuchó un
atronador chillido debido a la velocidad con que venían.
De repente, se abrieron las puertas de la camioneta y comenzaron a
salir seres demasiado raros; su semblante era de humanos con aspecto de
animales que se comportaban extrañamente.
Caminaban y corrían con una potencia increíble y mataban cuanto ser
estuviera en el camino. Frank y Roberto
salieron petrificados del auto para observar detalladamente lo que estaba
sucediendo. Pálidos y con los ojos a
punto de salirse de su órbita volvieron a la realidad de un solo tajo y el
jolgorio y el efecto del licor que habían ingerido desaparecieron
inmediatamente.
Comenzaron a ver como aquellos seres le cercenaban el cuello a los
animales terrestres y los espíritus que también estaban saliendo de la parte
posterior de la camioneta los poseían.
Acto seguido, tomaban vida nuevamente pero convertidos en seres
grotescos y peligrosos. Al ver este
espectáculo tan espantoso los dos, después de unos minutos, atinaron a mirarse
sin decir una sola palabra y, por instinto
sus ojos reflejaron el terror que sentían, lanzándose a correr a toda
velocidad, dejando atrás el auto.
Roberto cogió por el costado derecho saltando la cerca que separaba el
pastizal de la carretera y, su amigo Frank, por el costado opuesto comenzó a
treparse en una empinada colina que cuidaba el paisaje. Cuál de los dos gritó más, sus gargantas
querían reventar de espanto. Esto alerto
a los seres y a los animales que habían sido transformados, los cuales,
inmediatamente, se pusieron en posición de persecución. Aquellos dos jóvenes en medio de su veloz
fuga alcanzaron a observar la persecución y aceleraron de tal modo que sus
cuerpos sudaron a chorros y sus rostros se transformaron tanto que mostraban la
calavera de la angustia y el terror.
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