Te has convertido
en mi poema, en mi canción, en mi silencio, en mi mirada…
Llegas a mí cuando el alma
cansada:
¡Grita, llora, gime!
Fue abandonada, fue golpeada, fue
quebrantada.
Sin embargo, tú la agitas, la
enamoras, la redimes…
Y para su bien,
Te has convertido
en mi poema, en mi canción, en mi silencio, en mi mirada…
Eres como claro de luna en la
gran explanada:
¡Hermosa, diáfana, sublime!
Tú piel rosada, llega a mi
memoria, perfumada;
¡Gozo!, pues; tu fragancia es el
néctar que llega y llama a la puerta del recuerdo y lo redime…
No es de dudarlo,
Te has convertido
en mi poema, en mi canción, en mi silencio, en mi mirada…
Sí, en mi silencio; el cual en
este instante está llegando a mi existencia en desbandada.
¡Tiemblo, sufro y puedo hasta
reírme!
Risa loca, desaforada, lúgubre…
que hace del miedo mi piel
atormentada.
Razono, ya que,
Te has convertido
en mi poema, en mi canción, en mi silencio, en mi mirada…
¡Estáis en mí!, proclama mi boca
apasionada,
cierro mis ojos y mi corazón duerme.
Tú, oasis, en este desierto donde
mis pasiones están resquebrajadas.
¿Qué sería de mi existencia,
entonces?
Si en esta vida de tinieblas,
No te hubieras
convertido en mi poema, en mi canción, en mi silencio, en mi mirada...
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