lunes, 13 de diciembre de 2021

HEJAD

 

Hacer el amor contigo es volver al paraíso.

Al principio todo era caos, silencio y oscuridad.

De pronto, abro mis ojos y los tuyos iluminan todo,

dándole claridad al tiempo y al espacio.

¡Así has creado mi mundo!

 

Brotó, entonces, de tus labios, la miel que

envuelve y encanta, cuando son besados.

Ellos transmiten el fuego que calcina poco a poco mi existir.

Su calor hace que los míos caigan vencidos, se derritan, se extingan.

¡Así has conquistado mi ser!

 

Mis manos se deleitan con tu hermosa cabellera,

su suavidad recuerda el jardín del edén.

La respiración desaparece, cuando en un penetrante abrazo,

su olor a rosas, claveles, girasoles y jazmines

convierten su cuerpo en el fruto más exquisito

para saborear y recorrer.

¡Así has atrapado mis sentidos!

 

En medio de aquel jardín se han posado dos hermosas colinas.

Son tus cálidos senos,

finos como la resina, frescos como el manantial

y duros como la piedra de ónice.

Al acariciarlos recuerda mi mente

el suave vuelo de las mariposas en la eterna primavera.

¡Así has desnudado mi pensamiento!

 

Tus manos suaves, tiernas y blancas,

comparables, solamente, con las acariciables

pieles del venado y la liebre.

Con ellas me abrasas a tu cuerpo,

robando el suspiro y el aliento que sale de mi boca

cuando siento tu sudor correr por mi piel.

¡Así has fundido mi espíritu!

 

Tus caderas hacen pensar que no fue inútil

que el creador nos robara una costilla para crearlas.

Son fuego, son movimiento, son pasión…

De tu vientre brotan, a torrentes, cascadas de locura, amor y frenesí.

 

En él, tu vientre, se funde mi cuerpo y nos volvemos uno solo.

¡Así has rasgado mí ser, penetrando el amor en mí!

 

Tus pies astutos y salvajes como la serpiente del paraíso.

Ellos son la base para construir cualquier sueño;

su textura, cuando se observan,

aceleran el fluido de la sangre y paralizan mi corazón.

Son el principio y el fin del deleite

del fruto prohibido depositado en la mujer.

¡Así has eclipsado el latir de mí corazón!

 

Tu silueta, a quien envidia la más hermosa palmera,

provoca tocarla y tenerla por toda la eternidad.

Es en ella donde recuerdo la belleza que cautivó a Adán.

Sus curvas inducen a pecar sin cesar en el mar del deleite,

la caricia y la emoción.

¡Así has endulzado a mi razón!

 

Por último, tú perfume.

El más suave café o el  aroma del manzano prohibido

quedaron marchitos ante tus esencias.

A él, le has unido tus suspiros y susurros

que hacen que mis músculos y huesos se rindan ante ti.

¡Así haces parte, completamente, de mí ser!

 

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