Cuando nos abriga la desidia,
en medio de las más leves
pesadumbres,
va apareciendo el apego,
silenciosamente, a cada minuto
en nuestra vida, sedimentándose
en lo más profundo
como una más de las costumbres.
La noche es condescendiente a su
osadía.
El frio, el miedo, el llanto, son
su lumbre.
Las horas pasan; el alma padece
en su abadía,
el corazón se rinde, el ensueño
baja de su cumbre.
Los labios hablan de la quimera
que mordían,
los ojos gimen; lloran con
hambre;
el hambre roe, invadía el odio entre la piel;
y en aquel momento de apostasía,
nuestro ser ya sentía la verdadera pesadumbre.
De pronto, tocas a la puerta, en
la abadí,
Abro, te observo. El caos permite que me asombre.
Avasallas mi interior, lunática
soledad,
cuando la aurora nos presenta el
día;
¡Despierta, entonces, toda mi lucidez,
para comprender la soledad de un
hombre!
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